En la primavera de
627, Heraclio, al frente de su gran ejército de campaña de 40.000 hombres, se
acercó a Tiflis, la capital del reino de la Iberia Caucásica
y centro de la resistencia persa en aquellas regiones. Una vez llegado a la
ciudad, el emperador le puso cerco, reunidas sus tropas con las del khan de los
jázaros. La toma de Tiflis era importante por tres razones:
1) porque Heraclio no podría marchar
hacia el sur, hacia Mesopotamia, dejando tras de él un Cáucaso dominado por
Persia. De seguir el Cáucaso en manos persas, éstos tendrían fácil acceso al Mar
Negro y a Asia Menor, e impedirían que romanos y jázaros consolidaran e
hicieran efectiva su alianza contra los persas.
2) la toma de Tiflis y su entrega a los
jázaros, mostraría a éstos la buena disposición de Heraclio para cumplir su
parte del tratado firmado con ellos en agosto de 626 y los animaría a proseguir
la guerra contra Persia.
3) la toma de Tiflis, la capital de un
reino vasallo y aliado de Persia, mostraría al resto de vasallos y aliados de
Persia que ésta no podía ya protegerlos y que, por tanto, lo prudente era
cambiar de partido.
Estas fueron las
razones que movieron a Heraclio a penetrar en Iberia y asediar Tiflis, y fueron
también esos motivos los que impulsaron a Cosroes II a hacer todo lo posible
para que Tiflis no cayera en manos de los aliados. Así, no bien tuvo noticias
de que Heraclio y los jázaros se dirigían contra Tiflis, envió a ella a
Shahraplakan, que se había ya recuperado de sus antiguas heridas, al mando de
una fuerza de 1.000 savaran sacados de entre las filas de la guardia de palacio,
los pushtighban. Shahraplakan logró entrar en Tiflis justo antes de que ésta
quedara cercada y con ello reforzó no sólo la guarnición que defendía la
ciudad, sino la determinación de ésta a resistir.
Tiflis era una gran
ciudad que Daxurangi (que sigue aquí una fuente escrita hacia el año 630)
define como “la ciudad lujosa, próspera, famosa y comercial de Tiflis”. En
verdad, Tiflis estaba situada en una importante encrucijada comercial en la que
confluían los caminos que, desde Persia y pasando por Partaw, comunicaban con
la ruta de la seda; los que venían del norte y llevaban a las estepas, y los
del oeste que conducían hacia el Mar Negro y Constantinopla. No iba a ser fácil
tomar Tiflis, pues la ciudad, situada junto al río Curaxes, poseía unas potentes
murallas y estaba bien guarnecida y abastecida de alimentos. Pero Heraclio y el
khan disponían de unos 80.000 hombres y se dispusieron a intentar sacar el
máximo partido a su superioridad numérica.
Así, en pocos días,
los ingenieros romanos construyeron gran número de ballistas, catapultas y
demás máquinas de guerra, y a continuación comenzó un sistemático bombardeo de
las defensas de la ciudad. Pero las murallas aguantaban bien el castigo y los
habitantes de la ciudad, dispuestos a resistir y confiados en la
invulnerabilidad de sus defensas, reparaban por la noche lo que las máquinas de
guerra dañaban o destruían por el día. Heraclio ordenó entonces a sus
ingenieros que construyeran en el río Curaxes un gran dique y desviaran su
corriente contra los muros de Tiflis. Las murallas, embestidas por la fuerte
corriente del desviado río, sufrieron grandes daños, pero una vez más, los
hombres de Tiflis lograron reparar las defensas de su ciudad y rechazar los
ataques de romanos y jázaros.
Heraclio y el khan empezaban
a impacientarse, pues la primavera había ya pasado y el verano amenazaba con
terminar antes de que pudieran tomar Tiflis. Pero no podían levantar ya el
asedio pues, si se retiraban, su prestigio quedaría dañado y Persia recuperaría
la iniciativa[1]. La suerte de la guerra
estaba aún indecisa. Sharbaraz había invernado no lejos de Calcedonia y en
primavera recibió la orden de Cosroes II de que marchara al este y se
enfrentara con Heraclio. Era la segunda vez que Cosroes le pedía a su gran
general que hiciera aquello y sería la segunda vez que Sharbaraz desobedeciera
las órdenes de Cosroes. ¿Por qué?
Las fuentes, con
distintas versiones pero en una misma dirección, relatan que Cosroes y
Sharbaraz se habían enemistado tras el fracaso de este último ante
Constantinopla. Puede que Sharbaraz temiera –como afirman algunas fuentes– que
su señor quisiera culparlo de las derrotas de 626 y a partir de ahí,
arrebatarle el mando y la vida, lo que no sería la primera vez que algo así
ocurriera en Persia. De hecho, otro grupo de fuentes menciona una orden de
Cosroes a los subalternos de Sharbaraz para que éstos le dieran muerte. Según
dicen esas fuentes, la carta de Cosroes con la sentencia de muerte de Sharbaraz
fue interceptada por los romanos y éstos se la hicieron llegar al viejo general
persa el cual, encolerizado por la actitud de su rey, ofreció su alianza a los
romanos. Otra versión habla de que, tras interceptar las órdenes que Cosroes
enviaba a Sharbaraz y en las que el rey persa mandaba a su general que regresara
al este, Heraclio la cambió por otra carta, convenientemente falsificada,
mediante la cual indispuso a Sharbaraz con su soberano. También al-Tabari (al
igual que Teófanes, Nicéforo, Miguel el Sirio, Sebeos y tantas otras fuentes)
habla de una carta y de que la recepción de esa carta por Sharbaraz –ya fuese
ésta auténtica o falsa– fue causa de la enemistad entre Cosroes y Sharbaraz.
Lo cierto es que
Sharbaraz no marchó contra Heraclio y los jázaros, inmovilizados ante los muros
de Tiflis; ni acudió en auxilio de Persia, sino que, dejando atrás Anatolia,
acampó en Siria y permaneció allí, inmóvil, hasta el final de la guerra[2].
Esto, la defección de Sharbaraz y sus ejércitos, fue causa principal de que
Heraclio y el khan jázaro no sufrieran aquel verano una gran derrota y
pudieran, al cabo, abandonar el asedio de Tiflis sin más derrota que la de su
orgullo, y de que Heraclio pudiera marchar después, sin obstáculo alguno,
contra el corazón económico de Persia: el Arak, esto es, la Mesopotamia.
La cosa sucedió así.
En lo más recio del verano de 627, el khan de los jázaros y el emperador de los
romanos comprendieron que no podrían tomar Tiflis en aquella campaña y que, de
prolongarse el asedio, sus tropas perecerían de hambre y enfermedad, y la
llegada del invierno los aislaría de sus respectivas bases. Así que, pese a las burlas de los habitantes de Tiflis, los
dos soberanos levantaron el asedio.
Y aquí llegamos a un
curioso problema histórico. Mientras que Teófanes y Moisés Daxurangi señalan que Heraclio, al
abandonar el asedio de Tiflis, se separó de los jázaros y los dispensó de
auxiliarle en la campaña contra Mesopotamia; otros autores, como Agapios y
Miguel el Sirio, no dicen nada sobre dicha separación, y finalmente otras, como
Nicéforo, afirman que Heraclio, no sólo no se separó de los jázaros, sino que
invadió Persia junto con ellos. ¿Qué pasó realmente?
En primer lugar,
examinemos las razones que nos dan las fuentes. Teófanes y Moisés Daxurangi se
contradicen profundamente entre sí, ya que el primero señala que los jázaros
marcharon con Heraclio y sólo lo abandonaron cuando arreció el invierno y las
luchas con los persas, y da a entender que se trató de una defección y no de
una separación acordada de antemano; Moisés Daxurangi (quien sostiene que los
jázaros no acompañaron a Heraclio en su invasión de Persia de 627, sino que
regresaron a su país, para volver al año siguiente para tomar Partaw y Tiflis)
afirma que la idea de la separación la tuvo Heraclio y que ésta se produjo, no
en suelo persa –como afirma Teófanes– sino junto a Tiflis. Según él, la razón
era que los jázaros no estaban acostumbrados a luchar bajo los calores de
Mesopotamia.
Estas razones no se
sostienen. Los jázaros habitaban en una tierra, las estepas del Volga y de la Kalmukia , caracterizada
por tener uno de los climas más extremos del planeta. En efecto, en invierno se
sobrepasan con facilidad los –20º y con frecuencia se rebasan los –30º. En
verano, por el contrario, no es raro pasar de los 30º y a menudo, sobre todo en
julio, se alcanzan los 40º. ¿De verdad se puede creer que los jázaros,
habituados a temperaturas invernales de más de -30º y a calores veraniegos
superiores a 40º, se sintiesen cohibidos ante el invierno de Armenia y de
Mesopotamia, o ante los rigores de sus veranos? Por supuesto que no, y si los
jázaros abandonaron a Heraclio tuvo que ser por otra razón.
Pero ¿lo abandonaron
de verdad? Y de ser así ¿cuándo lo hicieron? Kaegi, el último biógrafo de
Heraclio, ni se plantea esta cuestión y no obstante es vital si se quiere saber
con qué fuerzas invadió realmente Persia Heraclio. Para contestar a esa
pregunta lo primero es cuestionarse qué sentido tenía la alianza con los
jázaros si éstos no le auxiliaban en su campaña contra el corazón de Persia.
Evidentemente ninguna. Una alianza tan importante tenía que tener un sentido
práctico y definido, que no podía ser otro que el de conseguir de los jázaros
un gran número de jinetes con el que desbordar a los persas, cuyas fuerzas
seguían siendo, pese a sus recientes derrotas, muy superiores a las de
Heraclio.
No hay pues duda de
que Nicéforo, que afirma que los jázaros invadieron Persia junto con Heraclio,
dice la verdad. Entonces ¿nos mienten los demás? En modo alguno. Miguel el
Sirio y Agapios sólo dicen que el khan jázaro envió a Heraclio 40.000
guerreros. Evidentemente, puesto que no se dice lo contrario, hay que suponer
que esos 40.000 jázaros marcharon a Persia con Heraclio. Justo lo que dice
Nicéforo que pasó. Tampoco Teófanes niega que los jázaros entraran en Persia; de
hecho, sitúa su supuesto abandono del campo romano en pleno invierno, cuando la
campaña se acercaba a su desenlace. Pero este cronista bebe de Jorge de Pisidia
y la obligación del último era cantar la gloria de Heraclio, no la de los
jázaros. Así que había que omitir la participación jázara y dejar la gloria de
Nínive para Heraclio y los romanos. Por eso, es justo antes de Nínive cuando
Teófanes sitúa la defección de los jázaros.
Moisés Daxurangi es
el único que sitúa la marcha de los jázaros justo tras el asedio de Tiflis y
sin embargo –no ha sido señalado– el khan se separaba de Heraclio con la
promesa de volver al año siguiente sobre Tiflis y terminar su conquista.
¿Cuándo volvió el khan y sus jázaros sobre la ciudad? Según Moisés, en la
primavera de 629, casi dos años después del fracasado asedio de Tiflis. ¿Dónde
pasó el khan jázaro el año y medio largo que transcurre entre el fin del asedio
de Tiflis y su regreso a ella en la primavera de 629? ¿Acaso el khan no había
dicho que caería sobre Tiflis a la campaña siguiente? ¿Qué pasó con los jázaros
durante los meses que van de septiembre de 627, cuando se dio por perdido el
asedio de Tiflis, y la primavera de 629? Pues, tal y como dicen Nicéforo y
Teófanes estuvieron con Heraclio en Armenia y Mesopotamia. Quien dejó a
Heraclio en septiembre de 627 fue el khan jázaro y con él una parte de su
ejército, pero no todo, pues –como
dicen Teófanes y Nicéforo, y apuntan con su silencio las restantes fuentes– el resto de los jázaros, los 40.000
guerreros prometidos por el khan, partieron junto con Heraclio y participaron
en su gran campaña contra Persia.
Ello explicaría por
qué el khan no pudo asediar de nuevo Tiflis hasta la primavera del 629: el
grueso de sus guerreros estuvo junto a Heraclio hasta la primavera del 628 y no
regresaron al país jázaro sino en el verano de ese mismo año, sin fuerza ni
ánimo suficientes, tras dos años de ininterrumpida campaña, como para ponerse
de nuevo en camino. El khan tuvo, por tanto, que dejarles unos meses de
descanso antes de marchar de nuevo a la guerra. Ello explicaría también la
arrolladora marcha de Heraclio por Armenia y Mesopotamia, y explicaría además
que Heraclio contara en Nínive con la superioridad numérica que apuntan que
tuvo Agapios, al-Tabari, la
Crónica de Khuzistán y la Historia Nestoriana. Y es que al-Tabari adjudica
a Heraclio en la batalla de Nínive un total de 90.000 guerreros. ¿Cuántos tenía
Heraclio consigo en 626? 40.000. ¿Cuántos le entregó el khan según todas las
fuentes? 40.000. Es decir, la suma de 80.000 soldados y, dado que Heraclio
enroló a su paso por Armenia a numerosos contingentes de tropas armenias y
lázicas, el número de 90.000 hombres que le adjudica al-Tabari cuadra bastante
bien con la realidad de los hechos y contribuye a consolidar éstos[3].
Así que Heraclio, en
septiembre de 627 y tras despedirse del khan llevando consigo a 40.000 jinetes
jázaros, invadió Armenia en pleno otoño. Su ejército era tan grande y tan
superior a las fuerzas persas que ocupaban el país que éstas no pudieron hacer
otra cosa que dejarse arrollar. Así, tras tomar Shirak y barrer el valle del
Araxes, Heraclio cruzó este río en Vardanakert. Luego dio un descanso a su
ejército en aquellas fértiles regiones y envió exploradores por delante suya
para que le trajesen noticias de los persas.
Cosroes II estaba,
una vez más, desorientado por los movimientos de Heraclio. Esperaba que
Heraclio, tras fracasar ante Tiflis, se marchara a sus cuarteles de invierno
del Ponto. Pero, por el contrario, en mitad del invierno, Heraclio invadía
Armenia y marchaba decididamente contra Mesopotamia. Cosroes no podía ya contar
con Sharbaraz, con quien vimos que estaba enemistado, y en cuanto a
Shahraplakan, éste y su ejército habían quedado libres tras el final del asedio
a Tiflis, pero las tropas con las que contaba eran insuficientes para frenar el
avance de Heraclio hacia el sur e incluso para incomodarle en sus movimientos.
Así que Cosroes movilizó la totalidad de sus reservas y las puso al mando del
Spahbad Razates.
¿Con cuántos hombres
contaba Razates? Agapios afirma que en Nínive, una batalla extraordinariamente
dura y reñida, el ejército de Razates tuvo 50.000 bajas. Dado que –según
Teófanes– el ejército persa se mantuvo sobre el campo de batalla y lo abandonó
en orden, y que continuó luchando en las siguientes semanas, frenando el avance
de Heraclio junto a Ctesifonte, hay que suponer que superaría ampliamente los
50.000 hombres y que, con menores efectivos que el ejército romano, tuvo no
obstante que disponer de un número de hombres suficientemente grande como para
poner a los romanos y a los jázaros en dificultades. Así que es bastante
probable que Razates dispusiera de entre 70.000 y 80.000 hombres, esto es, de
una fuerza similar a la que, primero en Qadesiya y luego en Nehavend, hizo frente
a los árabes que invadían Persia.
Razates y su
ejército se presentaron tan súbitamente ante el ejército romano-jázaro que
Heraclio estuvo a punto de ser sorprendido y derrotado. Con mucha dificultad
logró, no obstante, reunir sus tropas y desorientó a los persas al marchar por
el valle del Araxes en dirección al lago Urmia y los montes Zagros, en vez de
hacerlo hacia el Araxeonis y Asia Menor que era lo que Razates esperaba que
hiciera. Ante el peligro de que Heraclio volviera a invadir, como ya lo hiciera
en 623, la Media
Atropatene , Razates marchó tras él.
Heraclio, con los
persas tras de él, devastó el país a su paso, quemando ciudades y pueblos,
llevándose todo el forraje y los alimentos, y destruyendo el resto. De esta
manera, Razates, que perseguía a Heraclio, se encontraba en dificultades para
alimentar a sus guerreros y a sus caballos. Teófanes cuenta que Razates perdió
muchos caballos en esta parte de la campaña y dice de él y de su ejército que
“parecía un perro hambriento al que Heraclio apenas si dejaba alimento”,
tomando la frase de los poemas de Pisidia. Durante esta marcha por el valle del
Araxes, Heraclio tomó Naxcawan, se adentró en las tierras situadas junto al
lago Urmia y, tras cruzar los montes Zagros, se internó en Atropatene.
Creyendo Razates
que, como en 623, Heraclio se disponía a saquear la ciudad de Ganzak, se
apresuró para reforzarla, pero Heraclio giró hacia el sur, hacia la cabecera
del gran Zab, y acampó en los llamados campos de Khamanta, en donde dio un
merecido descanso a sus tropas, a fines de noviembre. El primero de diciembre,
de improviso una vez más, cruzó el gran Zab y descendió hasta las cercanías de
Nínive. Razates, informado de este nuevo movimiento de Heraclio, abandonó
Ganzak y lo siguió, cruzando a su vez el gran Zab unas tres millas al sur de
donde lo había hecho el emperador.
Heraclio, mientras
tanto, deseoso de saber qué pasaba con Razates, envió a uno de sus generales,
el armenio y magister militum per
Orientem Vahanes (Vahan, en armenio) a la cabeza de un destacamento de
exploradores de caballería. Vahanes sorprendió a un drafs persa (regimiento de mil hombres) y lo desbarató, matando a
su drafsh-salar, al que Teófanes
otorga el título romano de comes, y a
un gran número de sus guerreros, y capturando a 27 de ellos. Uno de esos
prisioneros persas resultó ser un guardia personal de Razates y por él se
informó de que éste se había adelantado a ellos y estaba cerca de Nínive,
esperando la llegada de refuerzos, en concreto de 3.000 savaran extraídos de
los cuerpos de guardia y élite que estaban junto al rey; es decir, de los
zhayedan (los inmortales), los cosroegetae, los perozitae y de los pushtighban.
La noticia
intranquilizó a Heraclio, pues si Razates contactaba con aquellos refuerzos de caballería, escasos pero de la
mejor clase, crecería la posibilidad de ser derrotado por los persas. Era
preciso pues dar la batalla antes de que Razates recibiera el refuerzo de
aquellos 3.000 jinetes de élite. Así que Heraclio levantó su campo y, poniendo
a recaudo su tren de campaña y sus abastecimientos, avanzó en busca de un lugar
adecuado para entablar la batalla.
Razates, bien
informado por sus exploradores, supo de inmediato que Heraclio se había puesto
en marcha y se dispuso a seguirlo. La táctica del persa se basaba en lastrar
los movimientos de Heraclio y esperar la llegada de refuerzos con los que
derrotarlo, una vez lograda la superioridad numérica. Razates no quería la
batalla y sólo estaba dispuesto a entablarla si Heraclio amenazaba Ctesifonte o
los palacios reales. Por lo tanto, se mantuvo cerca de Heraclio, pero sin
atacar su retaguardia.
Así marcharon ambos
ejércitos unos 25 km ,
cuando, en la mañana del sábado 12 de diciembre de 627, Heraclio encontró el
campo de batalla que deseaba: una extensa llanura en la que poner de manifiesto
su superioridad numérica sobre los persas. Se trataba de una gran llanura del
tipo que el Strategikon aconsejaba
para dar batalla a los persas: un espacio amplio para formar en orden cerrado a
la infantería y maniobrar con la caballería; para permitir girar a grandes
masas de hombres y caballos, y poder así tomar de flanco a los persas. Sabemos
por Sebeos, contemporáneo de los hechos, que ese día había además niebla, un
particular que favorecía aún más si cabe a Heraclio, pues, su ejército (que
entonces debía superar ampliamente los 70.000 hombres) podía detenerse,
formarse y esperar a los persas sin que éstos pudieran advertirlo, gracias a la
niebla que cubría la llanura.
Así que Razates y
sus 60.000 o 70.000 hombres, continuaron su marcha y se llevaron una gran
sorpresa cuando, entre la niebla y formados para la batalla, se toparon con los
meros del ejército de Heraclio.
Razates no tuvo más remedio que aceptar la batalla y apresuradamente formó a
sus gunds en tres grandes secciones
apoyadas en las últimas estribaciones de un monte rodeado de colinas que se
alzaba al oriente de la llanura, y esperó las maniobras de los romanos. La
posición de Razates estaba bien escogida, pues la cercanía de las colinas le
permitía contar con un refugio en caso de derrota y le aseguraba el acceso al
agua; hizo lo que el autor del Strategikon
señalaba que solían hacer los persas cuando se disponían a elegir terreno para
dar una batalla.
Iba a dar comienzo
una de las más señaladas y grandes batallas de la Antigüedad , la última
entre persas y romanos tras cuatrocientos años de luchas por el control del
Oriente.
El lugar de la misma
ha podido ser fijado con exactitud mediante el cuidadoso análisis de las
fuentes y la comparación de sus datos con el relieve de las tierras próximas al
actual Mosul. Esa llanura perfecta no es otra que la de Karamlays, un inmenso
llano capaz de albergar a los 150.000 hombres que iban a combatir aquel día
sobre él. Dicha llanura está situada al este de las ruinas de la vieja Nínive y
junto a ella se alza un monte escabroso y rodeado de boscosas colinas a donde
–tras la batalla y según cuenta Teófanes– se retiraron los persas. Ese monte es
el actual Jebel Ayn Al- Safra, esto es, el monte de “la primavera amarilla”, y
a sus pies corre el Cala Karamlays, un wadi muy caudaloso en invierno. La
exactitud y minuciosidad en los detalles topográficos de este encuentro por
parte de Teófanes sólo puede provenir de un despacho militar de batalla de
Nínive que debió de quedar recogido, o bien en los versos perdidos del Heraclias de Jorge de Pisidia, o bien en
algún otro documento de la época de Heraclio.
Cuando Heraclio
terminó de disponer a sus tropas y vio entre la niebla cómo se formaban los
persas, dio de inmediato la orden de cargar: era esto lo que aconsejaba el Strategikon, buscar el cuerpo a cuerpo
con los persas antes de que éstos pudieran hacer efectiva la superioridad de
sus arqueros. Fue así como Heraclio, que era según los versos de Pisidia “como
una piedra magnética en mitad de la batalla” (da a entender que la guardia de
Heraclio cerró filas en torno a su general y emperador) se lanzó contra el
centro persa y desafió a Razates que aceptó el desafío.
Fue una dura batalla
en la que Heraclio recibió una herida de lanza en los labios y su caballo fue
herido en su flanco trasero y en la cabeza. Según las fuentes, Heraclio dio
muerte a tres persas con sus propias manos, uno de los cuales era Razates. Rota
la línea de caballería persa dibujada por el caído Razates, Heraclio condujo a
sus jinetes contra la infantería persa que, aguantando bien, ofreció una dura
resistencia. La batalla duró once horas y sólo la cercanía de la noche le puso
término.
No se puede
minimizar la importancia de esta batalla. Cierto es que los persas, situados
tras las aguas del Cala Karamlays y apoyados en las colinas, no abandonaron el
campo de batalla hasta la octava hora de la noche y pasaron el resto de la
misma velando a sus muertos y vigilando a los romanos que, “a dos tiros de
flecha” de ellos, es decir, a unos 500 m de las primeras filas persas, se ocupaban
en abrevar sus caballos y saquear los cadáveres persas. Cierto es también que
Heraclio no pudo tomar el tren de abastecimientos de los persas, ni
aniquilarlos por completo, pero sí les causó un daño lo suficientemente grande
como para que la iniciativa de la guerra definitivamente quedara en sus manos y
como para que los persas no pudieran ya obligarlo a pensar en la retirada.
De hecho y según nos
informa Teófanes, Heraclio tomó a los persas 28 drafsh o estandartes y, dado que cada drafsh era portado por un regimiento de 1.000 hombres y que el
cronista precisa que esos 28 estandartes eran sólo los que habían quedado en
manos romanas sin sufrir daño ni mengua y que otros muchos estandartes persas
quedaron, rotos y abandonados, sobre el terreno de batalla, es bastante
probable que la cifra de 50.000 bajas persas recogida por Agapios no sea
disparatada. En cualquier caso, el ejército persa quedó muy menguado –en eso coinciden todas las fuentes– y perdió a su comandante y a los spahbad que mandaban cada una de las
tres secciones en las que, al dar comienzo la batalla, había dividido su
ejército Razates.
A la mañana
siguiente, la del 13 de diciembre, Heraclio contempló el campo de batalla
comprobando que los persas lo habían abandonado y que lo observaban encaramados
en las colinas. El emperador reunió a su ejército y, seguro de su victoria
final, lo alentó a marchar contra el propio Cosroes II, quien, según los
informes de los espías, estaba en su palacio de Dastagerd. En aquel momento y
al igual que durante el resto de sus campañas, Heraclio se mostraba a sus
hombres como un rey sagrado, un nuevo David, un nuevo Moisés. Su religiosidad
era tan extrema que el autor de la
Crónica del Khuzistán, un cristiano persa que
la redactó en torno al año 650 y que era ya un hombre maduro cuando la batalla
de Nínive, creyó que Heraclio se había ordenado como sacerdote[4].
Heraclio marchó de
nuevo lentamente Zab arriba, buscando un paso para volver a cruzarlo. Los
regimientos persas supervivientes de la batalla de Nínive, los seguían sin
abandonar las colinas y el 21 de diciembre recibieron, al fin, los 3.000
savaran que Cosroes había prometido a Razates. Ese mismo día, Heraclio cruzó el
Zab y enfiló hacia el Zab menor cuyas aguas quería cruzar para dirigirse a
Dastargerd. Para evitar que los persas, apercibidos de su intención, cortasen
los puentes del pequeño Zab, Heraclio envió delante de él al moirarca Jorge, al
mando de una fuerza de 1.000 jinetes y con la misión de tomar los puentes antes
de que los persas pudieran cortarlos. Jorge (quien años más tarde pelearía en
Yarmuk como Magister militum per Armeniam)
realizó la hazaña de recorrer en una sola noche 48 millas romanas, esto
es, 72 kms y llegó muy rápidamente a los puentes del Zab menor. De hecho, los
cuatro puentes que cruzaban el río estaban desguarnecidos y vigilados sólo por
cuatro soldados en cada una de las cuatro torres vigía, que fueron capturados
por los romanos. El 23 de diciembre llegó hasta ellos el emperador con el resto
del ejército y se cruzó el Zab menor acampando en las posesiones que Yazden de
Kalka, el ministro cristiano de Cosroes, poseía en esa región. Allí y con
objeto de celebrar la Navidad ,
dio descanso a sus hombres y a sus caballos.
Cosroes, no bien le
llegó la noticia del cruce del Zab menor por Heraclio, ordenó a los hombres del
ejército que había mandado Razates, que cruzasen a su vez el Zab menor y
bloquearan los caminos. Pero Heraclio no se detuvo, sino que avanzó hacia el
este y, subiendo las primeras pendientes de los Zagros, se apoderó de un
pequeño palacio real –un lugar que Teófanes llama Dezerida– que el emperador
ordenó quemar tras saquearlo. Los persas, que no dejaban de seguirlo, lo
adelantaron y se movieron hasta el río Tornac, acampando tras su puente en el
pensamiento de defenderlo e impedir así a Heraclio proseguir su marcha.
Pero Heraclio avanzó
hacia el río Tornac y en el camino tomó y saqueó el palacio que los cronistas
llaman Rhousa o Rusa. Luego se acercó al puente sobre el Tornac dispuesto a
tomarlo al asalto; pero no hizo falta, pues los persas levantaron el campo y
huyeron. Sin oposición ya, Heraclio cruzó el río y avanzó hasta el palacio de
Beklal en donde acampó y celebró carreras para que sus hombres pudieran
celebrar las fiestas de la
Natividad y sus recientes victorias. Así pasaban el tiempo
cuando unos armenios, desertores del campo de Cosroes, le informaron de que el
poderoso rey Parwez acampaba con sus elefantes de guerra y su ejército en un
lugar próximo que se llamaba Barasroth. Se le informó también de que el lugar
donde se hallaba Cosroes era prácticamente inaccesible, pues lo cruzaba un río
rápido sobre el que se alzaba un pequeño puente y la localidad en donde el rey
persa se hallaba –según decían los
armenios– era de calles empinadas y
estrechas, y rodeada de barrancos y torrentes.
Así que Heraclio
permaneció en Beklal, en donde Cosroes tenía uno de sus paraísos de caza. Había
allí y en un cercado –dice Teófanes– 300 antílopes y 100 onagros cebados que
Heraclio dio a su ejército, al tiempo que los soldados se hicieron además con
numerosos rebaños de ovejas, cerdos y ganado vacuno. En aquel lugar repleto de
víveres pasó Heraclio el 1 de enero de 628. Fue allí también, en donde Heraclio
supo, por unos pastores persas apresados por sus hombres, que el 23 de
diciembre, un aterrorizado Cosroes había abandonado Dastargerd, dando permiso a
sus soldados para que saquearan el gran palacio y cargando en sus elefantes el
tesoro real. La retirada de Cosroes, según supo más tarde Heraclio, fue caótica
y apresurada, y tras tres días de marchas forzadas desembocó en Seleucia del
Tigris, la parte oriental de Ctesifonte.
¿Por qué esta
reacción de Cosroes? Porque tras el cruce del Zab menor por Heraclio sabía que
le era imposible defender Dastagerd y que su única posibilidad era llegar a
Ctesifonte y esperar a que Heraclio la asediara. Pero Cosroes sabía también que
su prestigio había decaído, y que se estaban ya tramando conjuras contra él y
su impopular política de continuar la guerra; así que decidió congraciarse con
los soldados de su ejército entregándoles los tesoros de Dastagerd. Esas y no
otras fueron sus razones para actuar así.
Y eran buenas
razones. La prueba está en que Heraclio, tras saquear y destruir Dastagerd, en
donde recuperó 300 estandartes romanos y se hizo con un inmenso botín además de
liberar a miles de prisioneros y esclavos de la Romania procedentes de
Edesa, Alejandría y otras ciudades del Oriente romano, solicitó la paz a
Cosroes. Heraclio sabía que con el rey persa parapetado tras los muros de
Ctesifonte y provisto de abundantes provisiones de su tesoro y de soldados
fieles, era imposible vencer. Un asedio de Ctesifonte era impensable: era una
gran ciudad de 600.000 habitantes, sólidos muros y estaba atravesada por el río
Tigris. Se hallaba en mitad de Persia, a gran distancia de sus bases y allí, en
mitad del territorio enemigo, era impensable cercar una gran ciudad como
Ctesifonte. ¿Cómo abastecería a su ejército durante el sitio? ¿Cómo impediría
que los ejércitos persas le cercaran a su vez o cortaran sus líneas de
comunicación? ¿Cómo cercar por completo la capital persa sin dominar el Tigris
que la atravesaba? Ante esta realidad, Heraclio pidió a Cosroes que considerara
la posibilidad de llegar a una paz. Por eso y porque sabía que Cosroes
rechazaría su oferta. Expliquémonos.
Heraclio contaba con
un arma que, al cabo destruiría a su enemigo: el hábil manejo de la propaganda.
Al ofrecer la paz a Cosroes en aquel momento, tan aparentemente desastroso para
Persia y tras haber humillado al rey persa al destruir sus palacios, Heraclio
mostraba a los persas su magnanimidad y buena fe. Si Cosroes rechazaba la paz
que se le ofrecía no se presentaba como un rey generoso y noble, al contrario
que su oponente, sino como un rey cruel y odioso que conducía su pueblo a un
mar de sangre y se negaba a aceptar la paz que un enemigo tan grande pero tan
generoso le ofrecía. Teófanes nos dice que fue en ese preciso momento, al
rechazar la oferta de paz de Heraclio, cuando los nobles persas empezaron a
apartarse del Rey de reyes y a tramar su caída junto con el ejército.
Heraclio, mientras
tanto, aunque convencido de que no lograría tomar Ctesifonte, marchó contra
ella para aumentar el pánico de los persas y su descontento contra Cosroes. El 7
de enero bajó de Dastagerd y el 10 llegó al río Narbas, situado a 18 kms de la
capital persa y donde estaba el ejército de Cosroes. Éste había inflado sus
filas enviándole todo su séquito armado, había reunido también 200 elefantes de
guerra y ordenado cortar los puentes. Heraclio no podía pues seguir y se retiró
al norte, devastando todo a su paso y saqueando campos, pueblos y
ciudades.
Tras librar una pequeña escaramuza contra un drafsh persa, el ejército
de Heraclio, exhausto pero imbatido, acampó en marzo en un lugar llamado
Barzan. Los hombres de Heraclio llevaban un año peleando sin descanso
y Heraclio no podía pedirles más. La guerra parecía haber quedado en tablas y eso era algo que Heraclio no podía permitirse.Pero la historia del desenlace de la gran guerra romano-persa quedará para otra ocasión.
[1] Moisés Dasxurangi: II, 11,
85-86; Kiracos de Gantzac: 51.
[2]
Teófanes: 6118, 324-325; Patriarca Nicéforo: cap. 12; Miguel el Sirio: II, XI,
III, 409; Sebeos: 84-85; al-Tabari: V, 1004-1005, pp. 322-323; Historia Nestoriana: LXXXI, 221,541.
[3]
Teófanes: 6117, 317 y 6118,318; Patriarca Nicéforo: cap. 12; Miguel el Sirio:
II, XI, III, 409; Moisés Dasxurangi: II, 11, p. 86; al-Tabari: V, 1004, p. 323;
Agapios: 464, 204; Historia Nestoriana:
LXXXI, 221-222, 541-542; Crónica del
Khuzistán: p. 236.
[4] Teófanes: 6118, 317-321;
Agapios: 464-465, 204-205; Sebeos: 83-84; Miguel el Sirio: II, XI, III, 409;
Moisés Dasxurangi: II, 12, 88-89; al-Tabari:
V, 1005-1006, pp. 322-324; Crónica
del Khuzistán: p. 236; Historia
Nestoriana: LXXXI, 221-222, 541-542; Patriarca Nicéforo: cap. 14; Jorge de Pisidia
II: Acroatis, fragmentos; San
Anastasio el Persa: II, 265-276; Crónica
Pascual: 729-734; Haldon, J. Byzantium…, op. cit,. p. 246 y 253; Kaegi,
W., Heraclius…., op. cit., pp. 153-172; Howard-Johnston, J., “Heraclius Persian
Campaigns and the Revival of the East Roman Empire, 622-630” , War in History, 6 (1999), pp. 1-44.